MONEYBALL (Bennett Miller, 2011)

—-Jorge Núñez—-

El tema, de lo que se habla, es del baseball. Ahí se tiene el objeto enfocado y tiembla lo justo como para que emocione. Se compone de un amasijo de lemas descompuestos típicos del american way of life que se incrustan en mí. Ya estaban algunos, también, y no me importa. Ese afán de superación, por encima de los dinosaurios, y que los listos millonarios aprovecharon para utilizarlo a su favor (como fue el caso de los Boston Red Sox). Poco sé de la película de manera visible. Me ha atrapado cegadoramente. A toda potencia, un foco me ha arrastrado por los lemas más potentes de quien quiere enfrentarse como un listillo a los poderosos. Quizá la moraleja sea que esto no se consigue, y es una moraleja vital para que persista la paupérrima forma social actual.

La química entre Jonah Hill y Brad Pitt es atronadora pero sibilina. Como en aquel episodio de “Friends” en el que Brad Pitt hacía de antiguo gordito de clase que ahora está muy bueno. Así que tenemos a la pareja con el objeto enfocado y con afán de superación. En la secuencia clave, Jonah Hill avisa al jugador Carlos Peña de que ha sido traspasado a los Detroit Tigers. Esta secuencia se compone de un único plano, con Jonah a la izquierda de la imagen y Carlos a la derecha. Ambos se sientan en sofás diferentes, todo embadurnado de un color de madera de plástico. Silencios incómodos, como de negocios, de no mostrar emociones, todo entre enemigos.

“Moneyball” anula un trabajo crítico efectivo y efectista. El disfrute es embriagador, cercano al control mental. “La guerra de los mundos”, “American beauty”, “Ed Wood” y el espíritu de Jim Carrey. Algún plano es segador, me siega, me atenta, como aquel que como decía al principio tiembla por temblar pero lo justo para no molestar. Normalmente es algo que destruye pero aquí me emociona porque hacer una película mainstream es difícil. Es el primer plano de Brad Pitt, con su pielecilla rugosa y un graderío ausente.