L.A.R.R. (Leonardo Dantés, 2002)
La película completa se puede encontrar aquí https://www.youtube.com/watch?v=7SPAQ1lc5sc (Gracias a Iván por el enlace).
Ayer estuve leyendo en diagonal el libro Poéticas del cine de Raúl Ruiz y allí por fin encontré la parte en la que el cineasta chileno propone poder ver películas mientras se duerme. De alguna manera defiende el dormirse durante la proyección de una película como una forma de ver cine. Hacía casi mil años que estaba buscando esta mención de Raúl Ruiz al tema y el encuentro fue decepcionante y descafeinado, cosa maravillosa en realidad porque mi búsqueda también fue descafeinada. Nunca llegué a obsesionarme. Así, también sin pensar en ella, me apareció la película L.A.R.R. de Leonardo Dantés. Mi amigo Iván me pasó ayer el enlace para verla. Desde el primer momento me llevó a esa naturaleza de los parques, casas y discotecas en los que está grabada. Me encontraba placenteramente navegando por las imágenes y los sonidos del buen rollo del artista extremeño (el cuál gozó de fama en la televisión española entre finales de los años noventa y primera década del siglo XXI con apariciones estelares en programas como Crónicas Marcianas o El Día Después).
El océano fílmico de la película de Dantés se despliega ante mí con un embriagador tono de honestidad y me sumerjo en un repaso de las canciones del autor y encuentros con amigos y novios. Todo es verdad, todo está al aire. Las interpretaciones de los diálogos escritos son estrictas consiguiendo un grado cero de magia del cine el cual hace aparecer a las personas de la vida. La verosimilitud que se encarga de recordarnos, segundo tras segundo, el mecanismo hollywoodiense se rompe y florece el amor en imágenes y sonidos. Los parques, las casas y las discotecas son los lugares donde se encuentran las personas. La amabilidad, la cordialidad, el mundo suavito de Leonardo Dantés está contigo. La película me mira a los ojos y me ama al igual que yo la amo a ella. Está ahí delante, la película ante mí, las personas frente a la cámara, el paisaje tras las personas, la cámara tuerce 45º y luego 90º al otro lado, sesgándose a sí misma. Nada más lejos que la sensación de chicle sino más bien de lavadora estropeada. Las personas frente a la cámara y la planificación cinematográfica de Julián Lara invocan el cine clásico funcional de montaje americano para transformarlo en una suerte de biopic real life que al hacer aguas desbordan las personalidades de la gente. Es Bresson con Rohmer con Cassavetes con una sucesión de personas contando chistes, haciendo trucos de magia y pidiendo autógrafos a Leonardo. Porque el Cine es un truco al fin y al cabo.
Alrededor del minuto 40 tiene lugar la canción dedicada a Sara Montiel. Es de una belleza descomunal el videoclip. Las flores están en primer término, Leonardo en segundo y el resto de la floristería en el fondo. Sobre esa secuencia se van intercalando referencias literales a las obras y fotografías de Sara Montiel. Es un gusto ver un Cine como este ya que después del videoclip se vuelve a poner en escena el melodrama: Leonardo escucha tras una cortina que su actual novio va a volver con su anterior amor ya que su relación con Leonardo no tiene futuro, todo ello según la interpretación de la santera Regina. La cara de preocupación del protagonista suena tras la cortina como un eco de tristeza, un eco de balada. Después de unos encuentros en los que ya se asegura esta ruptura llega el momento del videoclip de la balada. De fondo un parque, pero esta vez en croma digital y Leonardo estático, como la cámara. L.A.R.R. es un tesoro precioso de genuino cine musical, autobiográfico y documental.
Jorge Núñez
THE BOSS BABY (Tom McGrath, 2017)
Me resulta complicado hablar de una película de la que no estoy entendiendo absolutamente nada. Por qué puñetas un bebé lleva traje. Explíqueme usted esta cosa tan imaginativa. Y es que esta película va precisamente de eso, de imaginar cosas, y no es ningún disparate cuando se trata de una película supuestamente infantil “tú no sabes nada de mí” -pero tampoco es obligatorio-.
El casi protagonista es un bebé con voz de señor: a mí esto me recuerda a los bukkakes de Torbe, y es algo que claramente me inquieta. No estoy cómoda con esta película. Tampoco estoy cómoda cuando ese señor se disfraza de bebé y empieza a decir cosas sobre las tetas de las señoritas… dar de mamar es algo que se omite en las películas para chiquis. Es perturbador. También ocurre en Bebé jefazo.
Termina la película y sigo teniendo la sensación de no haber entendido absolutamente nada, pero me ha gustado.
Klari Moreno
SHORTBUS (John Cameron Mitchell, 2006)
Resulta que empieza rodeando una representación de la Estatua de la Libertad, volando, para después dirigirse a un edificio donde hay una habitación con una luz encendida. El vuelo sobre Manhattan descubre a este barrio como una serie de edificios de cartón. Esta puesta en imágenes resulta chirriante y me recuerda a las cortinillas de la teleserie Aquí no hay quién viva. Es cartón pintado a mano muy a grosso modo. La imagen es un travelling entre estos edificios y sirve de transición entre las diferentes historias que componen Shortbus. Realmente no sé cómo enfocar este texto. No tengo claro desde qué punto partir o cómo aproximarme a la película.
La película tuvo un impacto en el mundo del Cine debido a sus escenas de sexo explícito. Es curioso porque no es una película que se vanaglorie de ello. Más bien las escenas de sexo transcurren como una escena más sin ser la piedra angular del film. Las emociones y los saltos de plano son las claves sobre las que se posa la propuesta fílmica. Son las emociones porque son las que me engancharon a la narración, las respuestas dramáticas, las actuaciones, la trama… y cómo las emociones están ligadas indivisiblemente a los saltos de plano, a los cortes, al montaje. La propuesta entre imagen e imagen es de una seguridad maravillosa. Cada corte cree en sí mismo y así la película coge impulso hasta llegar a confines de la invisibilidad fordiana más gustosa. Shortbus es una fábula de amor por uno mismo, libertad y esperanza. Esto sonará carca x 10000000000 pero nada más lejos de la realidad, esta película es formidable.
Lo interesante es la unión entre el drama, las emociones expresadas por las actuaciones, el corte de imágenes, el amor, la esperanza. Es una unión de crema, de todo en la thermomix. Un gusto exquisito que forma una llama cinematográfica muy alegre y favorecedora hacia delante. ¡Todo continúa!
Jorge Núñez
SORCERER (William Friedkin, 1977)
Unas camionetas, dragones japoneses, surcan la selva profunda conducidas por unas personas de otras partes del mundo. La misión es llegar a unas pozas petrolíferas a 300 km de distancia y esa es la película, esa es la tensión. El camino tiene diferentes pruebas que las personas deben superar. Diferente a Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982), diferente a Green Inferno (Eli Roth, 2013). La película es un cine clásico triturado y puesto en carne viva sobre la pura angustia estresante del suspense.
En una escena, Roy mete la mitad de su cuerpo en una charca para cortar la vegetación. En ese instante la película se ralentiza. El archivo que se está reproduciendo se enfanga y la acción con el machete se ve entrecortada y a tirones. Los infinitos colores verde se empastan y justo en ese momento la acción se calma. Los 4 hombres se paran tranquilamente a solucionar un problema: un tronco en mitad del camino. Todo es una canción.
Los planos detalle de cómo preparan las soluciones a los problemas es de ensueño, de serie de tv, de MacGyver y El Equipo A. No me gusta. Recuerdo esos primeros compases de la peli con los sucesos en diferentes países. Es un inicio maravilloso. La opulencia de las vidas anteriores se transforma en el agujero sin salida que es esa selva de luego. Los explosivos, los camiones y el trayecto son la materia prima para una metáfora que no quiero descifrar. Es una película con muchas explosiones. ¿Estaré molestando a mi compañera de piso?
Sorcerer me ha atrapado totalmente. Estoy muy contento. Este es el típico último párrafo de resumen. Sorcerer tiene unos maquillajes preciosos. El de Paco Rabal en la parte final y el de Anne-Marie Deschodt al comienzo. La pesadilla se hace imagen real cuando ya el anochecer cae sobre la parte desértica de la ruta, como cuando Sam Rockwell salía a pasear con su vehículo en Moon. Las camionetas, esos dragones japoneses con pies de goma. ¡Cuidado! La oscuridad del color verde me enloquecerá.
Jorge Núñez
FUERZA VITAL 
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